miércoles, 21 de marzo de 2012

sesion de cine

ME GUSTA. Café Hispano. 132/11 CMT8. D3 CHCM

SESION DE CINE ESPAÑOL. PROXIMO DOMINGO 15.30.
EL METODO.
Dirección: Marcelo Piñeyro.
Países: España, Argentina e Italia.
Año: 2005.
Duración: 120 min.
Género: Drama.
Interpretación: Eduardo Noriega (Carlos), Najwa Nimri (Nieves), Eduard Fernández (Fernando), Pablo Echarri (Ricardo), Ernesto Alterio (Enrique), Carmelo Gómez (Julio), Adriana Ozores (Ana), Natalia Verbeke (Montse).

http://www.labutaca.net/films/35/elmetodo.htm 

jueves, 15 de marzo de 2012

RESCATE EN ANGKOR WAT PUBLICADA EN AMAZON. FELICIDADES RUBEN!


jueves 15 de marzo de 2012


RESCATE EN ANGKOR WAT, EL DESENCADENANTE

En la campaña de promoción de su tercera novela mi amigo Ruben Martinez ha decidido publicar fragmentos con la descripción del desencadenante y de los protagonistas. En los próximos días podréis leer gratis aqui el desencadenante y las características de los actores de esta trepidante aventura. Podeis adquirirla al completo por menos de 3 euros en AMAZON KINDLE.

http://www.amazon.es/RESCATE-EN-ANKOR-WAT-ebook/dp/B007JBFUKI

Casino de Siem Reap, veintiuno de Junio de 2010.

No va más, señores no va más. La bola gira con su sonido de rueca, como las carracas que llevan los niños en las manos por Têt Trung Thu, la luna llena de otoño, el carnaval infantil. Esa pequeña luna, esfera marfileña que colma o vacía los bolsillos, gira como un reloj enloquecido y decide en segundos el destino de unas decenas de pares de ojos irritados por el alcohol, ensombrecidos por el sueño y el humo. Rojo. Negro. Par. La banca gana. La banca siempre gana. Dos jugadas buenas, una mala. La perla blanca gira y parece que va a detenerse en mi casilla. Ya casi. Pero no. Ahora sí. Dos jugadas más como ésta y me habré recuperado, y podré volver a jugar mañana. Ay, juego, eres mi pasión y también mi ruina. Unas veces gano pero al final siempre me pierdes. Lo sé, y aún así sigo jugando. Ya no queda nada más. La casa de mi madre está hipotecada, su herencia, que era mía, todo encima de la mesa, lo mío y lo que esa gentuza me ha prestado. No tenía que haberlo tomado, pero ya es tarde, siempre me pasa igual, y la bola rueda de nuevo como el tambor de una pistola que apunta contra mi sien. Solo dos jugadas más, por favor, solo dos más y mañana…treinta y seis, rojo, par y pasa. Adiós. No pasa nada. En una jugada puedo recuperarlo todo. Sí; todo al 36, todo o nada. La bola gira de nuevo, como gira mi destino sobre el fuego del infierno, todo o nada, aplausos y sonrisas o una paliza, todo depende de 37 miserables números.

Así de sencillo… Tres, impar, rojo, y la mano de uno de esos matones me aprieta el hombro casi tanto como el nudo que siento en el cuello. La he vuelto a cagar. Y me doy cuenta como en el minuto después de un accidente, que habría podido evitar de no estar bebido, si no hubiera conducido, si no me hubiese distraído, de no haber jugado; y miro como si tras disparar un arma, al ver caer a mi hermano, descubriera incrédulo que el arma estaba cargada. Es demasiado tarde, como otras veces. Me apartan de la gente con una amabilidad convincente, casi en volandas, los pies apenas rozando el suelo, las garras de dos chinos tatuándome la forma de sus dedos contra la piel. No veo claro. Tanto rato llevaba con los ojos fijos en el tapete, la copa en la mano, las fichas en la otra, que soy incapaz de enfocar a distancia. Me suben por unas escaleras alfombradas y atrás queda el rumor grave de los jugadores, el de las máquinas tragaperras, el cloqueo de los cubiletes de dados, las voces de los croupieres, el humo de los cigarrillos, el tintineo estridente de los cubiertos que caen al suelo en el restaurante donde he comido, fumado y bebido gratis hasta el desplume total, mi completa ruina. Y ellos debían saberlo. ¿Por qué me habéis dejado jugar? ¿Qué vais a obtener de mí? Estoy solo y mi vida... no vale nada.
-Hola caballero. Parece que no ha habido suerte.
-Qué gracioso. Usted sabe quien maneja la suerte en este local.
-¿Me llamas tramposo porque me debes dinero? ¿No te han enseñado modales? Swe, demuestra al señor qué son los modales.
Nam se encuentra sentado en un butacón tapizado, de estilo francés, muy lujoso e incómodo. La sala enmoquetada de color Burdeos, con olor a perro mojado, la luz amarilla que le agrede, en contraste con el ambiente de penumbra de la zona de juego, y cae pegajosa sobre su cuerpo, como una lluvia de aceite caliente. En la sala todo es excesivo, el brillo, el humo, el lujo, la hostilidad. Observa a los que juegan tras la pared de cristal doble; con probabilidad ellos no pueden verle. Qué podrían hacer por él. Los perros guardianes le clavan en el asiento, sus manazas sobre sus hombros como las garras de un águila, prestas a sacarle el hígado. Ellos son dos masas de carne con forma humanoide, antiguos luchadores de sumo o campeones de concursos de comer pizzas. Sus trajes, apretujados contra la musculatura, en cualquier momento pueden rasgarse y desbordar esa carne y toda su mala leche. Las narices chatas de boxeador resoplan como chimeneas de un tren antiguo a cada gesto, y su aliento le rodea y se suma a su sensación de calor, de asfixia, de congoja. Al gesto del jefe, uno de ellos levanta y baja la mano como una cimitarra. Casi le parte la clavícula. Suelta un grito, y el que ha hablado primero, un tipo moreno, de aspecto tailandés, las manos en los bolsillos, sonríe. Debe tener sesenta años, las gafas tostadas, la ropa holgada de tonos café con leche la camisa, cuello Mao, y sin leche el pantalón. Se relame los bigotes y le recuerda a un felino de salón, un gato siamés, la mascota de una prostituta. Nam, tras el golpe, recupera la postura como el papel de estaño, casi como antes, pero nunca igual.
-Me debe un buen pico, más de cuatro mil. ¿Cómo piensa devolverlos?
-No tengo nada.
Nuevo golpe, otro mazazo, solo que esta vez al otro lado. Debe de haber perdido un centímetro de altura desde que empezó la conversación, hundido en el terciopelo del asiento. Otro golpe más y quedará con las posaderas enclavadas en el marco de madera del butacón. El gato siamés se sacude un polvo inexistente de las mangas de la camisa, un gesto ritual, como para darse importancia, o para quitársela al hecho de estarle vapuleando. Con el cuello contraído de dolor, Nam ya no es capaz de mirarle a la cara, y fija la vista en su cinturón de cocodrilo, cuya hebilla, un círculo con el dibujo de un laberinto, el laberinto en el que se ha perdido, simboliza la suerte, la que le ha abandonado.
-Le he preguntado cómo piensa devolverlo, y quiero saber cuándo. Si no se le ocurre nada, mis amigos se entretendrán en desmenuzar su cuerpo despacio. Aunque no lo parezca, pueden ser minuciosos.
-¿Qué puedo ofrecerle?-solloza.-Todo lo que tuve lo tiene usted. Y lo que no tenía también.
-Quizás su familia disponga de algo.
-Ya lo puse encima de la mesa.
-Una hermana virgen, una hija,... si hablamos de pago en especias, se podría arreglar.
-Solo tengo un hermano.
-Me temo que su hermano no es mercancía de intercambio. Córtale una oreja.
-Un momento. Mi hermano tiene dinero. Déjeme escribirle una carta, llamarle. Él me ayudará.
-Llámelo.
-¿Puedo hacer la llamada a solas?
-No.
Coge el teléfono, lo único que todavía le da crédito ahora. Le tiembla la mano, y la boca seca apenas le deja pronunciar cuando escucha la voz de su hermano. ¿Cuántos años hace que no hablan?
-Hung. Soy Man. Estoy en un lío. Necesito tu ayuda.
-¿Mi ayuda? Vete al cuerno... tuut... tuut... tuut.
-Parece que ese hermano tuyo ha colgado el teléfono, saco de mierda. ¿A quién querías engañar? -dice el siamés.
A Man se le deshace la cara en lágrimas, el labio inferior le tiembla como el de un azogado, se cubre la cara con las manos y lanza un llanto afeminado. La camisa se le pega al pecho y el sudor trasparenta un cuerpo prematuramente envejecido, sombra de un hombre joven y esbelto consumido por una pasión febril y despiadada. Si hace falta se echará al suelo, besará los zapatos de ese tipo, se humillará para salir adelante, y para seguir jugando.
-Por favor, déjeme intentarlo otra vez. Le daré su dirección.
-¿Qué pretendes? Aún llamarías a la policía. Te quedarás en el casino como mi huésped. No te preocupes; no te faltará diversión. Vamos, cortadle algo. Hay que preparar una carta convincente para su hermanito o lo que sea, con un regalito dentro.
Abajo, en la sala de juego, las cabezas se arracimaban en torno a las mesas. Los tapetes reflejaron hacia los rostros luces verdosas y sombras alargadas, y construyeron sobre ellos máscaras grotescas. La música de las tragaperras teñía de falsa alegría la tragedia de las almas perdidas por la atracción del abismo de un falso azar, manipulado a conciencia por manos ocultas o por caprichosas leyes matemáticas. Pese a ello, la gente pululaba entre máquinas y mesas agrupándose o dispersándose entre exclamaciones o decepciones, como estorninos invernales, y creaban formas fugaces antes de desaparecer en sus habitaciones hasta el día siguiente.
Brillaban las estrellas en la oscuridad, incontables bolas de ruleta, y giraban en la bóveda celeste como en una inmensa rueda de casino. El gran reloj se había puesto en marcha. Los minutos comenzaban a pesar sobre la cabeza de Man como las lágrimas de cristal de una lámpara de salón, como las piedras preciosas que antaño se incrustaron en los muros de los palacios de Angkor. Las ruinas del reino de los Jayavarman testimoniaban la decadencia de un imperio y las cabezas descomunales de arenisca del Bayon vigilaban los cuatro puntos cardinales, sin haber podido impedir el hundimiento de tiempos mejores en el abrazo de la jungla, bajo el cielo.

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BLANCANIEVES. BAJO LA MASCARA DE UN BUEN PARTIDO

Desayunamos con una pareja vietnamita frente al palacio de la reunificación de Saigón, el edificio administrativo que los americanos abandonaron a toda prisa en un helicóptero. Él es un rey del acero. Sus facciones son toscas, cuadrados los hombros y la mandíbula, los brazos fibrosos, la voz gutural, los ojos hinchados. Sus dedos parecen tubos articulados de hierro, gruesos como el anillo reforzado en uno de ellos. Se sienta en la silla apoyando los brazos en los apoyabrazos con gravedad, como debe hacerlo en el butacón de su despacho, con el aspecto compacto de una estatua de bronce. Es un hombre de fortuna.
Ella es una mujer esbelta, de piel ebúrnea pese a ser oriental, la faz angulosa, afilada la mandíbula, cubiertos los ojos tras gafas enormes que le dan un aire de insecto, una mantis religiosa. Sus labios son carnosos y rosados, de dibujo perfecto y sensual, el labio inferior dos tercios mayor que el superior, como el de algunos peces, una boca perfecta para besar. Sus pechos parecen llenos, una rareza en Saigón, sus dedos son largos, como su melena cinabrio, ondulada. Se mueve con estilo, cruza las piernas finas y se retira el cabello de la cara con frecuencia, para permitir ser admirada. Es generosa y prodiga su belleza como la primavera nos regala sus colores. En sus dedos y lóbulos de las orejas brillan diamantes grandes como lentejas. Su voz es suave, aunque apenas interviene en la conversación, como si temiera interrumpir a su marido. Es una mujer afortunada.
Mientras conversamos, el sol luce en el parque y se filtra a través de las hojas de un árbol inmenso que irradia paz y serenidad. Es una mimosa, aunque por los caprichosos y aparentes dibujos de sus raíces, los vietnamitas le dan el poético nombre de intestino de cerdo.
Cuando cae el sol, llega el desenmascaramiento. Él es un hombre de negocios, y como buen hombre de negocios, sabe que solo se logran trabajando con gente del gobierno. Contentar el capricho de quien manda es como orientar una brújula en un campo magnético. Bailas su música, que cada día cambia, y en cualquier caso, es ocupación que comienza cuando termina tu trabajo, por lo que todo es trabajo, y las horas libres lo son para servirles. Y en otro lugar, pasan las horas la mujer y los hijos en una casa vacía de padre y de marido, olvidados en una orilla del rio, mientras en la otra, el marido entretiene a quien se aburre de su suerte. Y ahora, en la soledad del ocaso, como cada noche, las gafas son grandes para ocultar la melancolía, la soledad y algunas lágrimas. Y ella observa en el espejo su cuerpo, del que tras la maternidad solo se enorgullece vestida, y se siente soporte decadente del bonito vestido que lució por la mañana. Y cuando el hombre de acero llega al hogar, es solo los restos de un hombre, incapaz de satisfacer los anhelos callados de ella. Así, entre silencios y lágrimas secas, transcurre el tiempo nocturno de quien durante el día es tenida por una diosa.

viernes 9 de marzo de 2012


RESCATE EN ANGKOR WAT. NUEVA NOVELA

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Queridos seguidores de este blog, o sea, de mis peripecias por el Sudeste asiático:

Tengo el placer de anunciaros que he publicado mi primer libro en AMAZON. Un poco cansado de la sed y el ayuno que suponen la travesía por el desierto de intentar ser publicado en España, he decidido emprender la ágil y estimulante senda digital. Me estreno con una primicia, mi tercera novela, de ambientación exclusiva en Indochina.

RESCATE EN ANGKOR WAT es un thriller tragicómico que denuncia el tráfico infantil en el Sudeste asiático. El secuestro de un hombre en un casino ilegal de Siem Reap es el punto de partida de una serie de aventuras por Vietnam y Camboya, donde Hung, el hermano del secuestrado, para pagar el rescate elige secuestrar a su vez a dos bebés de distinta familia, meterlos en el baúl de una moto-pizza y acudir al casino.
Los padres de los bebés, Duc, un vietnamita del lumpen de Saigón y Peter Booijink, un ingeniero holandés, cada uno a su manera, tratarán de rescatar a sus hijas. La subtrama de Duc retrata el Vietnam del siglo XXI desde la óptica de los bajos fondos mientras que la de Peter Booijink muestra la vida de los extranjeros expatriados por el mundo y las actividades delictivas en una plataforma petrolífera con el conocimiento de quien se cree impune.
Las vidas del perseguido y los perseguidores se entrelazan irremediablemente en un camino común, la carretera de Saigón a Siem Reap, y la experiencia del secuestro servirá como elemento de transformación personal para todos ellos.
Es un libro de ritmo trepidante que no podréis dejar hasta el final.

Podréis descargarlo en vuestros I-Pad, Kindle y otros aparatejos a partir del 15 de marzo. El precio es super económico y con impuestos incluidos no supera los 3 euros.

http://www.amazon.es/RESCATE-EN-ANKOR-WAT-ebook/dp/B007JBFUKI/ref=sr_1_1?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1331710489&sr=1-1


miércoles, 18 de enero de 2012

La mujer que escribió un diccionario






La mujer que escribió un diccionario
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
EL PAÍS  -  Opinión - 10-02-1981

Hace tres semanas, de paso por Madrid, quise visitar a María Moliner. Encontrarla no fue tan fácil como yo suponía: algunas personas que debían saberlo ignoraban quién era, y no faltó quien la confundiera con una célebre estrella de cine. Por fin logré un contacto con su hijo menor, que es ingeniero industrial en Barcelona, y él me hizo saber que no era posible visitar a su madre por sus quebrantos de salud. Pensé que era una crisis momentánea y que tal vez pudiera verla en un viaje futuro a Madrid. Pero la semana pasada, cuando ya me encontraba en Bogotá, me llamaron por teléfono para darme la mala noticia de que María Moliner había muerto. Yo me sentí como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo había trabajado para mí durante muchos años.María Moliner -para decirlo del modo más corto- hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del español, tiene dos tomos de casi 3.000 páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor. María Moliner lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco cuántos hermanos tenía, contestó: «Dos varones, una hembra y el diccionario». Hay que saber cómo fue escrita la obra para entender cuánta verdad implica esa respuesta.
María Moliner nació en Paniza, un pueblo de Aragón, en 1900. O, como ella decía con mucha propiedad: « En el año cero". De modo que al morir había cumplido los ochenta años. Estudió Filosofía y Letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España. Se casó con don Fernando Ramón y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que enseñaba en Salamanca una ciencia rara: base física de la mente humana. María Moliner crió a sus hijos como toda una madre española, con mano firme y dándoles de comer demasiado, aun en los duros años de la guerra civil, en que no habla mucho que comer. El mayor se hizo médico investigador, el segundo se hizo arquitecto y la hija se hizo maestra. Sólo cuando el menor empezó la carrera de ingeniero industrial, María Moliner sintió que le sobraba demasiado tiempo después de sus cinco horas de bibliotecaria, y decidió ocuparlo escribiendo un diccionario. La idea le vino del Learner's Dictionary, con el cual aprendió el inglés. Es un diccionario de uso; es decir, que no sólo dice lo que significan las palabras, sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden reemplazarse. «Es un diccionario para escritores», dijo María Moliner una vez, hablan do del suyo, y lo dijo con mucha razón. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya están a punto de morir, gastadas por el uso, y sus definiciones rígidas parecen colgadas de un clavo. Fue contra ese criterio de embalsamadores que María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba diez todavía andaba por la mitad. «Siempre le faltaban dos años para terminar», me dijo su hijo menor. Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se casaban y se iban de la casa le quedaba más tiempo disponible, hasta que llegó a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca. En 1967 -presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco años- dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida.
Su hijo Pedro me ha contado cómo trabajaba. Dice que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. Era natural, porque María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. «Sobre todo las que encuentro en los periódicos», dijo en una entrevista. «Porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad». Sólo hizo una excepción: las mal llamadas malas palabras, que son muchas y tal vez las más usadas en la España de todos los tiempos. Es el defecto mayor de su diccionario, y María Moliner vivió bastante para comprenderlo, pero no lo suficiente para corregirlo.
Pasó sus últimos años en un apartamento del norte de Madrid, con una terraza grande, donde tenía muchos tiestos de flores, que regaba con tanto amor como si fueran palabras cautivas. Le complacían las noticias de que su diccionario había vendido más de 10.000 copias, en dos ediciones, que cumplía el propósito que ella se había impuesto y que algunos académicos de la lengua lo consultaban en público sin ruborizarse. A veces le llegaba un periodista desperdigado. A uno que Ie preguntó por qué no contestaba las numerosas cartas que recibía le contestó con más frescura que la de sus flores: «Porque soy muy perezosa». En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Academia de la Lengua, pero los muy señores académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición machista. Sólo se atrevieron hace dos años, y aceptaron entonces la primera mujer, pero no fue María Moliner. Ella se alegró cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisión. «¿Qué podía decir yo », dijo entonces, «si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?».


El quijote

lunes, 9 de enero de 2012

El 58.268 el gordo de la lotería de Navidad del año 2011 y breve historia de la Loteria de Navidad


Una   tradicion  del siglo  xix
La primera vez que apareció en un décimo en España la denominación Sorteo de Navidad fue en 1897
Los orígenes de la lotería nacional que conocemos hoy se sitúan en plena Guerra de Independencia, el 18 de diciembre de 1812, aunque aún no se denominaba así, sino que el pueblo la llamó "lotería moderna", para diferenciarla de la que había puesto en marcha en 1763 el marqués de Esquilache, la "Lotería primitiva o de números", en el reinado de Carlos III. La razón de esta nueva lotería era "aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes", según explicaba su impulsor, Ciriaco González Carvajal, ministro del Consejo y Cámara de Indias con Fernando VII. Hubo que esperar al año 1892 para que por primera vez fuera oficial la denominación Sorteo de Navidad, que se utilizó en la lista de premios. Entonces se celebraba el 23 de diciembre. En 1897 se incluyó por vez primera ese nombre en los décimos de la lotería.
Sin interrupción en la Guerra Civil
La fiesta de la lotería se ha mantenido desde entonces, incluso durante la Guerra Civil. Es más, en 1938 hubo dos sorteos que se celebraron en Burgos y en Barcelona, ciudades controladas cada una por un bando. En los años posteriores, la cita navideña cobró más importancia y se convirtió en una gran esperanza para unos tiempos difíciles. Para evitar el fraude, la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre pasó a encargarse de la emisión de los billetes en 1941.
La popularización de este sorteo creció más de la mano de los reintegros, que se empezaron a utilizar en la Navidad de 1949. Solo ocho años después, en 1957, los españoles pudieron ver el primer sorteo televisado.
Los dos últimos grandes cambios que ha vivido la lotería de Navidad llegaron en 1984 y 2002. El primero fue la presencia de niñas una vez que el colegio de San Ildefonso se convirtió en un centro mixto. El segundo, la adaptación a la nueva moneda, el euro, que supuso cambios importantes tanto para los compradores, que vieron como el décimo pasó de costar 3.000 pesetas a 20 euros (el gordo también aumentó su cuantía), como para los niños, cuyo célebre cántico pasó del "150.000 pesetas" a "1.000 euros". Sin embargo, esto no ha cambiado su duración, que ronda las tres horas y media.


Los niños del colegio de San Ildefonso
La historia del colegio de San Ildefonso se remonta a 1543, año en el que emperador Carlos V concedió una real cédula en la que dotó a esta institución de los bienes necesarios para su mantenimiento. Desde entonces, el colegio ha estado bajo la tutela del ayuntamiento de Madrid. Para participar en el sorteo de la lotería de Navidad, se selecciona a los niños con buen timbre de voz y pronunciación clara.
Historias de números
Un sorteo que se ha desarrollado en tres siglos ha dado lugar a un sinfín de casualidades y coincidencias numéricas:
-En 32 veces el gordo ha terminado en 5, pero nunca ha sido en 25. Le sigue el 4, con 27 veces, y el 6 con 26. En esta clasificación ocupa el último puesto el 1, con solo ocho veces; el 2, con 13 y el 9 con 16.
-Los números 15.640 y el 20.297 son gordos repetidos: el primero salió en 1956 y 1978, mientras que el segundo lo hizo en 1903 y 2006.
-En cuatro ocasiones el primer premio ha correspondido a números terminados en tres cifras iguales: 25.444, 25.888, 35.999 y 55.666.
-El gordo nunca ha terminado en: 09, 10, 13, 21, 25, 31, 34, 41, 42, 43, 51, 54, 59, 67, 78 y 82.
-No han obtenido todavía el primer premio los millares siguientes: 27, 37, 39, 41, 44, 51, 62, 64 y del 66 al 84.
-El número más bajo que ha obtenido el primer premio es el 00523, en el año 1828, mientras que el más alto fue el 78.294, en el sorteo de 2009.
-Las ciudades en las que más veces ha tocado el gordo de la Navidad son: Madrid, en 72 ocasiones; Barcelona (37) y Sevilla (15).