miércoles, 18 de enero de 2012

La mujer que escribió un diccionario






La mujer que escribió un diccionario
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
EL PAÍS  -  Opinión - 10-02-1981

Hace tres semanas, de paso por Madrid, quise visitar a María Moliner. Encontrarla no fue tan fácil como yo suponía: algunas personas que debían saberlo ignoraban quién era, y no faltó quien la confundiera con una célebre estrella de cine. Por fin logré un contacto con su hijo menor, que es ingeniero industrial en Barcelona, y él me hizo saber que no era posible visitar a su madre por sus quebrantos de salud. Pensé que era una crisis momentánea y que tal vez pudiera verla en un viaje futuro a Madrid. Pero la semana pasada, cuando ya me encontraba en Bogotá, me llamaron por teléfono para darme la mala noticia de que María Moliner había muerto. Yo me sentí como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo había trabajado para mí durante muchos años.María Moliner -para decirlo del modo más corto- hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del español, tiene dos tomos de casi 3.000 páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor. María Moliner lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco cuántos hermanos tenía, contestó: «Dos varones, una hembra y el diccionario». Hay que saber cómo fue escrita la obra para entender cuánta verdad implica esa respuesta.
María Moliner nació en Paniza, un pueblo de Aragón, en 1900. O, como ella decía con mucha propiedad: « En el año cero". De modo que al morir había cumplido los ochenta años. Estudió Filosofía y Letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España. Se casó con don Fernando Ramón y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que enseñaba en Salamanca una ciencia rara: base física de la mente humana. María Moliner crió a sus hijos como toda una madre española, con mano firme y dándoles de comer demasiado, aun en los duros años de la guerra civil, en que no habla mucho que comer. El mayor se hizo médico investigador, el segundo se hizo arquitecto y la hija se hizo maestra. Sólo cuando el menor empezó la carrera de ingeniero industrial, María Moliner sintió que le sobraba demasiado tiempo después de sus cinco horas de bibliotecaria, y decidió ocuparlo escribiendo un diccionario. La idea le vino del Learner's Dictionary, con el cual aprendió el inglés. Es un diccionario de uso; es decir, que no sólo dice lo que significan las palabras, sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden reemplazarse. «Es un diccionario para escritores», dijo María Moliner una vez, hablan do del suyo, y lo dijo con mucha razón. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya están a punto de morir, gastadas por el uso, y sus definiciones rígidas parecen colgadas de un clavo. Fue contra ese criterio de embalsamadores que María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba diez todavía andaba por la mitad. «Siempre le faltaban dos años para terminar», me dijo su hijo menor. Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se casaban y se iban de la casa le quedaba más tiempo disponible, hasta que llegó a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca. En 1967 -presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco años- dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida.
Su hijo Pedro me ha contado cómo trabajaba. Dice que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. Era natural, porque María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. «Sobre todo las que encuentro en los periódicos», dijo en una entrevista. «Porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad». Sólo hizo una excepción: las mal llamadas malas palabras, que son muchas y tal vez las más usadas en la España de todos los tiempos. Es el defecto mayor de su diccionario, y María Moliner vivió bastante para comprenderlo, pero no lo suficiente para corregirlo.
Pasó sus últimos años en un apartamento del norte de Madrid, con una terraza grande, donde tenía muchos tiestos de flores, que regaba con tanto amor como si fueran palabras cautivas. Le complacían las noticias de que su diccionario había vendido más de 10.000 copias, en dos ediciones, que cumplía el propósito que ella se había impuesto y que algunos académicos de la lengua lo consultaban en público sin ruborizarse. A veces le llegaba un periodista desperdigado. A uno que Ie preguntó por qué no contestaba las numerosas cartas que recibía le contestó con más frescura que la de sus flores: «Porque soy muy perezosa». En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Academia de la Lengua, pero los muy señores académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición machista. Sólo se atrevieron hace dos años, y aceptaron entonces la primera mujer, pero no fue María Moliner. Ella se alegró cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisión. «¿Qué podía decir yo », dijo entonces, «si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?».


El quijote

lunes, 9 de enero de 2012

El 58.268 el gordo de la lotería de Navidad del año 2011 y breve historia de la Loteria de Navidad


Una   tradicion  del siglo  xix
La primera vez que apareció en un décimo en España la denominación Sorteo de Navidad fue en 1897
Los orígenes de la lotería nacional que conocemos hoy se sitúan en plena Guerra de Independencia, el 18 de diciembre de 1812, aunque aún no se denominaba así, sino que el pueblo la llamó "lotería moderna", para diferenciarla de la que había puesto en marcha en 1763 el marqués de Esquilache, la "Lotería primitiva o de números", en el reinado de Carlos III. La razón de esta nueva lotería era "aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes", según explicaba su impulsor, Ciriaco González Carvajal, ministro del Consejo y Cámara de Indias con Fernando VII. Hubo que esperar al año 1892 para que por primera vez fuera oficial la denominación Sorteo de Navidad, que se utilizó en la lista de premios. Entonces se celebraba el 23 de diciembre. En 1897 se incluyó por vez primera ese nombre en los décimos de la lotería.
Sin interrupción en la Guerra Civil
La fiesta de la lotería se ha mantenido desde entonces, incluso durante la Guerra Civil. Es más, en 1938 hubo dos sorteos que se celebraron en Burgos y en Barcelona, ciudades controladas cada una por un bando. En los años posteriores, la cita navideña cobró más importancia y se convirtió en una gran esperanza para unos tiempos difíciles. Para evitar el fraude, la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre pasó a encargarse de la emisión de los billetes en 1941.
La popularización de este sorteo creció más de la mano de los reintegros, que se empezaron a utilizar en la Navidad de 1949. Solo ocho años después, en 1957, los españoles pudieron ver el primer sorteo televisado.
Los dos últimos grandes cambios que ha vivido la lotería de Navidad llegaron en 1984 y 2002. El primero fue la presencia de niñas una vez que el colegio de San Ildefonso se convirtió en un centro mixto. El segundo, la adaptación a la nueva moneda, el euro, que supuso cambios importantes tanto para los compradores, que vieron como el décimo pasó de costar 3.000 pesetas a 20 euros (el gordo también aumentó su cuantía), como para los niños, cuyo célebre cántico pasó del "150.000 pesetas" a "1.000 euros". Sin embargo, esto no ha cambiado su duración, que ronda las tres horas y media.


Los niños del colegio de San Ildefonso
La historia del colegio de San Ildefonso se remonta a 1543, año en el que emperador Carlos V concedió una real cédula en la que dotó a esta institución de los bienes necesarios para su mantenimiento. Desde entonces, el colegio ha estado bajo la tutela del ayuntamiento de Madrid. Para participar en el sorteo de la lotería de Navidad, se selecciona a los niños con buen timbre de voz y pronunciación clara.
Historias de números
Un sorteo que se ha desarrollado en tres siglos ha dado lugar a un sinfín de casualidades y coincidencias numéricas:
-En 32 veces el gordo ha terminado en 5, pero nunca ha sido en 25. Le sigue el 4, con 27 veces, y el 6 con 26. En esta clasificación ocupa el último puesto el 1, con solo ocho veces; el 2, con 13 y el 9 con 16.
-Los números 15.640 y el 20.297 son gordos repetidos: el primero salió en 1956 y 1978, mientras que el segundo lo hizo en 1903 y 2006.
-En cuatro ocasiones el primer premio ha correspondido a números terminados en tres cifras iguales: 25.444, 25.888, 35.999 y 55.666.
-El gordo nunca ha terminado en: 09, 10, 13, 21, 25, 31, 34, 41, 42, 43, 51, 54, 59, 67, 78 y 82.
-No han obtenido todavía el primer premio los millares siguientes: 27, 37, 39, 41, 44, 51, 62, 64 y del 66 al 84.
-El número más bajo que ha obtenido el primer premio es el 00523, en el año 1828, mientras que el más alto fue el 78.294, en el sorteo de 2009.
-Las ciudades en las que más veces ha tocado el gordo de la Navidad son: Madrid, en 72 ocasiones; Barcelona (37) y Sevilla (15).